7.10.09

LA RAGAZZA CON LA VALIGIA. Siempre ha tenido el cine italiano, muy por encima del de otras nacionalidades, una facilidad para aclimatarse a la época que registra valiéndose de sus elementos más terrenales, su cultura de a pie: las canciones populares. Algunas de estas inclusiones han dado lugar a escenas que recordamos por su gran belleza y que reconocemos y asociamos a una década, los sesenta. Es una gran lección que Garrel aprendió del Nuevo Cine Italiano: cómo introducir la música. Es la línea que va desde Prima della rivoluzione hasta Les Amants réguliers (una de tantas) y que llega, incluso, a atravesar filmes de Chantal Akerman (Toute une nuit). Cuando, en La ragazza con la valigia, Valerio Zurlini hace aparecer Il cielo in una stanza, la popular canción de Mina, luego de haber hecho lo mismo con otras muchas a lo largo del metraje, sentimos algo parecido. Con estas canciones pasamos de la historia individual a la colectiva, pensamos, entonces, en una época. Es un poco también la intención de Zurlini con sus primeros largos, en los que nos presenta aventuras de iniciación, historias de juventud que pasan de ser particulares a convertirse en algo representativo no tanto de la época en que transcurren como de aquella en la que se realiza el filme. Que ese citado momento de la película haga pensar en La dolce vita, una película del mismo año, no hace sino fortalecer esa condición “histórica” que desarrollan ambos filmes. También tienen algo que ver sus personajes femeninos, que portan una suerte de divinidad que trae locos a todos los hombres que se cruzan. La chica con la maleta del título se llama Aida (Claudia Cardinale, descomunal) y atraviesa la película como si de una víctima se tratara, pero en su ensimismamiento desconoce el daño que puede hacerle a aquellos que le rodean, al joven Fabrizio (Jacques Perrin) principalmente. Por los motivos que sea, ella siempre se queja, deja atrás a un músico, al engreído hermano del protagonista, a un veterano y sobón pretendiente y a un galán de tercera que le promete esto y aquello. De alguna forma, la mayor belleza de La ragazza con la valigia reside en esa especie de afirmación de esa gran verdad universal que dice que los hombres jamás comprenderán a sus mujeres, sus repentinos e irracionales cambios de rumbo y de humor, y es precisamente esa impredecibilidad lo que les atrae de ellas.

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