10.10.09

FISH TANK. Como si de una prisión se tratara, las afueras de Londres a las orillas del Támesis le sirven a Fish Tank de agreste terreno de juego. La ágil cámara de Andrea Arnold registra los trayectos de Mia (Katie Jarvis, deslumbrante principiante descubierta en una estación de tren discutiendo a grito pelado con un chico) alrededor de estas sucias geografías, pero prescinde de la palidez y trabaja una paleta de colores vivos: los verdes y los blancos se alternan con los azules, al mismo tiempo que un naranja intenso florece en las escenas de más tensión sexual. Esa que nacerá entre la quinceañera protagonista y Connor (Michael Fassbender), el novio de su madre (Kierston Wareing). El film se inscribe en la línea naturalista-realista de Ken Loach, con el cual comparte una cierta visión de una nueva juventud problemática y una tenue inclinación a utilizar bases de datos audiovisuales como YouTube para desarrollar algún aspecto del relato. Mia pasa las tardes bailando hip-hop, es su gran ilusión aunque no tenga excesivo talento, es contestona, no estudia, no trabaja, insulta y hasta intenta con cabezonería robar un caballo. Desprecia a su madre, y su madre la desprecia a ella. Su hermana pequeña (apenas diez años) tampoco va por el buen camino y la madre está demasiado ocupada organizando fiestas en casa como para preocuparse por la educación de sus hijas. Cuando se trae a Connor a casa, el enfrentamiento con la hija mayor se agudiza, los puñales vuelan afilados a la vez que el hombre intenta contentarlas a las dos. La atracción de la joven hacia él se evidencia desde el primer encuentro en la cocina y la de él por ella va creciendo a la medida que la película se agranda. Porque es así como funciona Fish Tank, omite circunscribirse únicamente a los desajustes personales entre miembros de una familia y allegados para extenderse poco a poco a toda una barriada. Mia no es una excepción, es una norma. Solo hace falta ver las actitudes del resto de chicas de su edad, igualmente malhabladas y agresivas. Pero Mia ni siquiera viaja en compañía, vive aislada, camina sola, sus miedos y preocupaciones solo las conoce ella, hasta que aparece Kyle. Pero no está interesada en él, solo le importa Connor. Su obsesión por él terminará con el descubrimiento de esa vida oculta que tanto Mia como presumiblemente su madre desconocían: estaba casado y tenía una hija. Y esa hija será la víctima de su obcecación en una escena angustiosa, vertiginosa. Es el punto de inflexión, ya no hay vuelta atrás. Podría quedarse en la pecera en la que vive pero decidirá partir, como ese globo de helio que se escapa del ambiente gris de Essex. Lo hará acompañada, porque Kyle siempre tendrá todo el tiempo del mundo para esperar.

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