13.10.09

CHÉRI. El balance no es muy bueno para el rencuentro del trío Frears-Hampton-Pfeiffer. La película está repleta de esos detalles que tienen todas estas películas: sus recargados decorados, sus elaborados vestidos, sus joyas, su Kathy Bates, todo para contar la relación entre una madura cortesana y una suerte de efebo glam. ¿Los problemas? Los mismos que acarreaba ya hace dos décadas The Dangerous Liaisons: un guión demasiado remarcado y unos diálogos demasiado forzados hacia el subtexto, demasiado hoscos, demasiado evidentes. Ejemplos: «¿Hay algo más maravilloso en el mundo que una cama? Toda para mí sola.» dice Léa cuando empieza a considerar su retirada; o ese corte que nos lleva de la escena de sexo ausente de todo afecto de Chéri con su esposa, al sexo con amor junto a Léa. Chéri se quiere un filme ágil y dinámico pero sacrifica todo atisbo de sutileza en el intento.

WHATEVER WORKS. Pieza de fábrica, otra más de las tantas que manufactura Allen. Su público, sobre todo desde hace unos quince años, burgueses que se quieren demostrar a sí mismos (y, en ocasiones, a las chicas que se quieren ligar) lo listos que son. Comienza bien, y en algunos momentos, gracias a Larry David y sus centelleantes monólogos a cámara, recuerda a los tiempos de Manhattan o Annie Hall, pero progresivamente va desencaminándose y acercándose al ridículo pese a tener alguna ingeniosa escena aislada. Evan Rachel Wood es una actriz agradable, que insufla vida por destellos al territorio muerto que son las películas de Woody Allen, cada vez más discretas y desapasionadas.


THE WHITE RIBBON. Película muy hermosa, la más hermosa de Haneke. En su forma de utilizar el blanco y negro recuerda a algunos Bergman. Son bellos sus campos, sus casas, su iglesia, sus largos caminos, sus coches de caballos... Pero en el fondo, se trata de los mismos artilugios de marrullería de siempre en Haneke: una pequeña sociedad (que por momentos recuerda a la de The Village) dentro de la cual germina y se extiende poco a poco el mal. Una serie de pequeñas desgracias en forma de golpes de efecto que van erosionando el lugar. Ya conocemos los trucos: es como si Haneke tuviese los personajes sobre un tablero y fuese cortándoles las piernas, luego los brazos y así sucesivamente. Al final queda la parábola, demasiado remarcada hasta en la forma de vender la película y, por si fuera poco, ya la conocíamos de cuando hacíamos la educación primaria.

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