30.9.08

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THERE WILL BE BLOOD. Paul Thomas Anderson es un gran cineasta americano, su cine está elevado sobre unos cimientos, pero no sólo los de la Historia del cine estadounidense sino también los de la Historia de los EEUU. En Punch-Drunk Love y Magnolia filma los 90, en Boogie Nights los 70, y en There Will Be Blood, los orígenes, con ambición desmedida (la del cineasta y la del protagonista), así surgió una nación. Es la película paralela a lo que sería Gangs Of New York con respecto a la trayectoria de Scorsese, que ha venido filmando la Historia de su país desde algunos de sus mitos: Jake LaMotta en los 60, Howard Hughes en los 30, Henry Hill en los 50, 60 y 70, Bob Dylan en los 60, los casinos de los 70 que se hundieron en los 80 para renacer "disneyficados", The Band en los 70, la alta sociedad de finales del XIX en La edad de la inocencia, y los orígenes de la música popular americana en el corazón de África de Nostalgia del hogar. Además de los temas, en PTA hay algo que no hay en otros cineastas independientes americanos al uso, está en el gesto, no pertenece al imaginario sino a las raíces, es algo terrenal, nunca un paisaje mental. Lo descubrimos cuando filma a unos obreros colocando un oleoducto, o a los trabajadores de una planta petrolífera, con la ternura también al filmar la sordera del niño, después también al filmar el enamoramiento: un acercamiento, una puerta abierta (al estilo de Centauros del desierto), los dos niños que saltan hacia el fuera de cuadro para devolvernos los signos de la niña (ya adulta) con la mano durante la celebración de la boda. Una elipsis delicada que atraviesa las décadas. Y los primeros veinte minutos, sin una sola palabra. Toda There Will Be Blood circula entorno al sonido, tanto exteriormente: es una especie de opereta construida alrededor de la música de Jonny Greenwood (la herencia de Kubrick), como interiormente: todo remite a la escucha. En un momento, Daniel Plainview dice algo así como "Me he ganado mis oídos". La gran fórmula: potencia sonora y musical + paisajes abandonados a la mítica. Podríamos decir, ahora más que nunca: ¡Viva el cine americano! Y es que a la vista de esta última película, Paul Thomas Anderson se convertirá seguramente en el joven cineasta estadounidense de mayor densidad, el más enraizado en la tradición americana.

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