14.5.08

 

La reina fantasma
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L'AIMÉE. Arnaud Desplechin venía de estrenar en 2004 dos películas partidas cada una a su vez en dos: Léo en jouant dans la compagnie des hommes y Rois et reine. En dos líneas temporales está dividida L’aimée: la primera en el presente que evoca una segunda mediante el relato oral del padre, con unas escaleras actuando de pasaje entre tiempos. Por otro lado, hay dos terrenos de juego, el uno, la evocación "real" (oral, literaria) de "la amada", el dos, la evocación desde la Historia del Cine del fantasma de "la amada". Motivos procedentes de otra película dividida en dos, Vértigo, las rosas, las escaleras o el seguimiento en coche del padre que se dirige al cementerio bajo los acordes del score de Bernard Herrmann. Y también otro detalle, bellísimo, a la manera de Ciudadano Kane, con el cuadro de "la amada" que descuelgan y empaquetan los tipos de la mudanza.

Divididos en dos también, los ocupantes de la película, los hombres y sus fantasmas, los vivos y los muertos habitan la casa de los Desplechin. En el momento de ser ésta vendida, comienzan a brotar algunos recuerdos albergados en la memoria del padre: cuando Robert Desplechin fue apartado de su madre, momento en el cual ella fue internada en un sanatorio debido a que podía resultar contagiosa; la cercanía del sanatorio con la casa familiar. Pero también los objetos físicos remiten a aquel tiempo: las cartas que “la amada” le enviaba a su hijo desde su apartamiento o los retratos de las paredes, que remiten al linaje familiar.

Si las películas de Desplechin se suceden últimamente de dos en dos, como si se emparentasen una menor (en la forma, no en el gesto) y una mayor, en esta nueva entrega doble, formada por esta L’aimée y la próxima Un conte de Nöel, es precisamente la familia concentrada al interior de una casa el núcleo sobre el que se desarrolla, si bien la temática familiar ya pivotaba toda la trayectoria del cineasta de Roubaix desde la primera, resnaisiana y memorable La vie des morts. L’aimée es también un filme de una gran potencia novelesca, nacida del apasionamiento por el Truffaut más proustiano, el de Les deux anglaises et le continent, que ya se había convertido en referencia y espejo del más brillante ejercicio estético de Desplechin, Esther Kahn, y había inundado de vivacidad literaria los narradores de Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle) e incluso Rois et reine.

A falta de ver el último eslabón de esa cadena familiar que es el universo de Arnaud Desplechin, que a pesar de reincidencias temáticas y estéticas, sigue acercándose a una perfección que no hace más que acercarle a una genialidad, se podría decir que innata.

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