30.9.08

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ATONEMENT. Hay una cierta tendencia en el cine contemporáneo que se fundamenta básicamente en la destreza formal de las películas que la conforman. De los cineastas que trabajan en Hollywood son, quizá, Baz Luhrmann y Joe Wright los que más desarrollan este aspecto. De manera casual, los dos alternan la dirección de filmes con la de obras de teatro. En el caso de Wright, su trayectoria se labró también con proyectos de televisión y siempre ha estado muy cercano a un cine decimonónico de fuerte condición literaria. No es de extrañar entonces que su primer largometraje sea una adaptación de Orgullo y prejuicio, una versión pulcra, fiel y cargada de lirismo de la obra de Jane Austen. Al observar este Atonement, lo primero que apreciamos es un incremento de la dimensión formal desplegada por el cineasta. Una nueva concepción de la imagen, aún más preciosista que su ópera prima; un desarrollo de las potencias del montaje, la relación del plano con el que le precede y con el que le sigue, y como puede llegar a modificar el tiempo, comprimirlo, expanderlo, volver hacia atrás o hacia delante; y sobre todo, un refinamiento sonoro, convertido en el vehículo conductor de las imágenes y hasta de las acciones de los personajes. El ritmo de un filme marcado por el sonido: el de una máquina de escribir, el de unos tacones sobre el suelo o el de una carta golpeando una puerta. Por momentos, recordamos el formalismo del inicio de Muriel, una de las más bellas películas de Resnais, pensamos en aquellos planos cortos y fugaces de un rostro, del pomo de una puerta o de un rápido movimiento calculado milimétricamente.

En Atonement todo gira alrededor de la confesión, los personajes buscan su exorcismo en el relato (recientemente también en Paranoid Park, de Gus Van Sant), incluso se liberan de sus pulsiones sexuales escribiéndolas. Pero no solo basta con escribir, hay que rescribir, como hace la propia película, primero “rehaciendo” una simple escena (que nos hace pensar en De Palma), para después terminar recomponiendo la película entera. En tres bloques podríamos dividir Atonement, un primero (el más brillante sin lugar a dudas) que ocupa los primeros tres cuartos de hora y contiene todo el potencial estético del filme, un segundo destinado a la guerra y que no deja de evidenciar un gran virtuosismo de superproducción y un tercero de apenas unos minutos que rescribe toda la película y que nos muestra a la Briony Tallis anciana, presentando vía entrevista televisiva su gran confesión, después de que la hayamos visto crecer en las dos primeras partes del filme.

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