18.5.10


HÔTEL DES AMÉRIQUES / LA FAMILLE WOLBERG. Dolor de la partida. En La Famille Wolberg, el de Alexandre, el mismo que el de François, es uno impotente, marcado por el deseo amoroso, uno imposible o, quizás más bien, uno imposibilitado por los otros. Cada uno ve en los otros obstáculos, de la misma manera que lo hacen Simon y el amante rubio de Marianne entre ellos. Porque todos van tras ellas, se mueven en torno, seguramente son las razones más importantes de que ellos estén dónde estén. Alexandre ha vuelto para volver a ver a Marianne, quizá para recuperarla, aunque sea a costa de su hermano. François, por su parte, lleva años a la sombra de Simon simplemente para poder ver a su hija todos los días, para notar su presencia cerca, aunque sea únicamente para intercambiar tres frases o compartir dos minutos; para él todo eso tiene sentido, aun si sufre tanto como lo hace. El amante rubio vive para Marianne, como bien evoca ese recordatorio constante que supone su retrato en la mesilla de noche, disfruta de su intimidad con ella, pero hay algo más fuerte en ese sentimiento, seguramente más fuerte que lo que ella siente hacia él. Y Simon, quien ve obstáculos por todas las partes. Su celosía se vuelve paranoia, aunque tampoco está tan lejos de la verdad. Siente que su mujer se vuelve el centro de todos, que posee un magnetismo afectivo como pocas otras mujeres. Ve el peligro acechar y su relación tambalearse. Sus sentencias tajantes esconden una gran inseguridad para consigo mismo, una cierta desconfianza hacia su mujer. Es el punto débil de muchos hombres, el de Alexandre y, en cierta medida, aunque ésta vez la sospecha nace del desconocimiento de la otra persona, de su carácter o lo que quieren decir sus actos, también el de Gilles en Hôtel des Amériques, donde hay, de la misma manera, un dolor de la partida. Dolor por haber acabado con algo por no saber como llevar las cosas a su cauce. En sus lágrimas se refleja la impotencia de quien pone todo su amor en una relación pero sus reacciones han fallado en momentos clave. Resulta doloroso cuando se tienen las cosas tan bien trazadas y encaminadas, y después se acaban desperdigando, por no conocer bien, o nada, a la otra persona, por dudar de ella, de su manera de decir las cosas. La duda deviene entonces como el peor síntoma posible, y un elemento ínfimo acaba convirtiéndose en el comienzo del final. Cuando se llega a la estación a esperar el tren maleta en mano resulta ya demasiado tarde para volver atrás y es entonces cuando todo ese tiempo (breve, seguramente, pues el tren lleva directamente a pensar en breves periodos de tiempo: ciudades ajenas o de vacaciones) aparece ante los ojos como un paraíso perdido. Los remordimientos restarán para siempre y, aunque se crean escondidos, una sola foto puede volver a sacarlos a la luz.

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