7.12.09

TAPAGE NOCTURNE. Con la “liberación” de Tapage nocturne certificamos el porqué de la imposición de Catherine Breillat como coguionista del Police de Pialat y que no se trata de un tráfico de influencias sino de una escalada paralela de ambos cineastas. La aparición de la película de Breillat supone una celebración, pues se trata de la más bella de sus películas, pero también un lamento mayor, que Maurice Pialat no haya podido hacer ninguna película con Dominique Laffin. Resulta difícil escribir del trabajo de una actriz cuando no se han visto más que tres películas suyas (las otras son inconseguibles, al menos de momento), pero cuando su labor es tan elevada, tan determinante, resulta casi una obligación. En primer lugar, destaquemos la base, la que Laffin desarrolló con Jacques Doillon en La Femme qui pleure, un trabajo con el cuerpo que hacía desaparecer la barrera entre la persona y el personaje, confundiéndose, formando una unidad que desarrollaba el trabajo con las emociones. Tapage nocturne supone para Laffin una continuación en esa senda y prolonga algunos de los motivos ya presentes en el filme de Doillon, como la potenciación de la sexualidad del personaje. La progresión alcanzada en Tapage nocturne se trata más bien de desplegar de esa base hiperrealista de trabajo con el cuerpo un apéndice ornamental, de juego con el propio espacio. Ya no se trata solamente de hacer verdadera una emoción sino también de extender el espacio de la puesta en escena, cultivando un amplio espectro de recursos. Cuando camina junto a uno de sus amantes por la calle, no puede evitar zarandearse hacia delante o hacia atrás, trabajando un ritmo propio. Ella está en su burbuja. La burbuja es la película. Ya desde los títulos de crédito, Breillat nos hace partícipes de sus pensamientos, pero tal es la complejidad de esta composición que luego de hora y media seguimos sin saber qué piensa o cuáles son sus motivaciones, un poco a la manera de la Suzanne de À nos amours. El enigma que nace de aquí es el conocer cuál era el límite para Dominique Laffin, hasta qué punto llegaba su entrega. Cada uno de sus gestos, cada uno de sus movimientos, cada una de sus respuestas parecen suyas, hasta cada uno de sus amantes los ligamos a ella. Es bonito, entonces, ese pensamiento que nace en el espectador, la inevitable asociación entre la vida de la actriz y la vida del personaje. Pensamos que ella era así, que tenía las mismos problemas de afectos que representa en sus películas, las mismas depresiones, que tomaba las mismas decisiones contradictorias. También ayuda a ver las cosas de esta manera el que se trate de una película que no utilice una unidad temporal determinada, sino que se trate más bien de una sucesión de devaneos amorosos que se van alternando entre sí, formando casi una pequeña historia dentro de una unidad mínima del global “juventud”. En la mayoría de las ocasiones las actrices tienden a guardarse en los momentos extremos, a jugar con “el secreto”. Para Dominique Laffin no existe tal cosa. Trabaja todo desde el exterior, se expone completamente. Seguramente era lo que buscaba Breillat, alguien que no necesitase una cortina, que hiciese tan real cada insinuación sexual. Era necesario para una película como Tapage nocturne, que desarrolla las fluctuaciones entre el espacio y los cuerpos. Noches, fiestas, discotecas, desórdenes amorosos... Todo un continuum de las emociones.

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